¿Qué pensarán los objetos
de nosotros? La
mesa que nos mira desde diversos ángulos, el cuadro que se asoma con sus
paisajes, colgado allí, en la sala para ser visto por el transeúnte de la casa
o ¿está allí para vigilarnos, qué diría si pudiera? Qué evocaría desde el
silencio la luz que se posa en la pared a tempranas horas de la mañana, luz que
interrumpe el sueño, claridad que acorrala párpados y boca. Qué dirían de
nosotros los libros que nos señalan con sus lomos desde el estante, más allá de
los títulos que se muestran de diversos colores y formas. Y si los abrimos, qué
descubrirían en nuestros ojos sus páginas al leerlos, porque ellos se posan en
el cuerpo del libro acariciándolo en un vaivén de movimientos apenas
perceptibles, tocamos las palabras del libro, nos entregamos a sus vapores de
hoy o de siempre porque nuestra mirada es la extremidad más larga, miramos más
allá de la aventura del texto, más allá del infinito gesto de leer. Los
libros, si sus páginas pudieran contar otras historias de seguro hablarían de
nosotros, contarían lo que saben de ti o de mí desde la mirada que tú y yo
tenemos al leer, desde nuestras noches de lecturas o desde la risa y el llanto
que sus palabras guardan para nosotros. Tal vez hablarían de mil seres, quizás
más, relatarían sobre nuestros otros“yo”
porque cada día cambiamos, los de hoy no somoslos mismos de ayer. Recuerdo a Marcel Proust quien tenía la
sensación de violar toda la vida que permanecía dispersa en su habitación cada
vez que abría la puerta; y me pregunto qué hablarán de ti, de mí, o de la vida
los libros que descansan inmóviles en la mesita de noche o en la biblioteca, o
arriba de la cama porque allí estuvo acompañándonos en el insomnio. ¿Qué
pensarán los objetos de nosotros?
Amar
el acto y el placer de leer es una de las cosas más fantásticas que me ha
podido regalar la vida. Desde niña, no hay recuerdo que no incluya la lectura
incansable de todo aquello que tuviera palabras, imágenes, frases, espíritu en
tinta. No puedo traer a mi memoria exactamente qué autor me invitó a descubrir
el camino hacia los libros , pero el primero que invade mis ideas es el texto
escolar de Historia Universal de 8vo grado, sí, el de portada amarilla, el de
Auro Yépez Castillo.
Con
ese libro me gustaba sumergirme en el pasado, me imaginaba las épocas y sus
hechos, trataba de entenderlos, tal vez, con la intención de encontrarme a mí
misma dentro de ese libro y de pertenecer a algo, pues cuando la soledad
infantil es presente, es necesario ocupar el espacio vacío, la habitación
iluminada y las horas que transcurren. Así que mi primer encuentro fue con las
historia de la humanidad, luego llegaron los libros de biología que me
explicaban cómo es que el Ser Humano respira, vive y existe. Un día se topó
conmigo un libro de psicología, de portada oscura, casi como diciendo que era
interesante y que debía abrirlo. Eso fue en 9no grado, tiempo en el que la
curiosidad estaba latente; me di cuenta, entonces, que no somos sólo un cuerpo
que respira sino que todos tenemos una realidad interna, que somos seres
complicados aun cuando somos niños. De esa manera, mi interés por el estudio y
mi curiosidad por saber sobre las cosas me convirtió en la lectora que soy, en
una descubridora del mundo, en una amante de las palabras, en Ángel.
Luego,
apareció en mi vida un príncipe, pero no como lo pinta Disney, este era mejor.
Era un “Principito” de cabellos dorados, había llegado hasta mí desde su
planeta B612 convertido en tinta y papel, hasta que se volvió tan humano como
cualquier otra persona. Quizá en esa búsqueda que todos tenemos, yo también fui
ese niño que no comprendía a los adultos, también tenía la necesidad de viajar
a otros mundos y buscar amigos, viví la vida de ese niño, viajé con él, lloré
también por su rosa y entendí que el trigo ya no significaba lo mismo, ni
siquiera el desierto. El Principito me mostró la literatura. Le siguió “El
Túnel” de Ernesto Sabato, otro personaje se me presentaba, Juan Pablo Castel,
tan oscuro como la portada del libro de psicología que había leído años atrás,
armé rompecabezas, traté de descifrar las razones de sus actos, el porqué de
sus intenciones; Sabato supo cómo atraparme
Aparecieron
posteriormente Quiroga, Benito Pérez Galdós, García Márquez, Walt Whitman,
Jorge Isaac, Stephen King, Miguel de Cervantes, Shakespeare, Isabel Allende y
todo autor de poemas que se atravesara ante mis ojos: Neruda, Calderón de la
Barca, Federico García Lorca, Benedetti, Aquiles Nazoa, Andrés Bello, Bécquer,
Azorín, Sor Juana Inés de la Cruz, Gabriela Mistral, y pare usted de contar.
Empecé de devorar libros, autores y palabras. Soñaba con tener una biblioteca
infinita para adentrarme día y noche en el sueño de la lectura, en ese sueño
que se hace despierto solo porque tenemos los ojos abiertos, pero el alma se
encuentra secuestrada por la historia que el libro ofrece.
Esta
noche, noche lluviosa y melancólica, recuerdo las palabras de Jorge Larrosa:
“Las preguntas abren la lectura: y la incendian. Las preguntas atraviesan la escritura:
y la hacen incandescente. Estudiar es insertar todo lo que lees y todo lo que
escribes en el espacio ardiente de las preguntas”. Preguntar es nunca terminar
de aprender, el sentimiento de la duda sobre el mundo creó un incendio en mi
interior, una llama hacia la búsqueda del conocimiento y, a su vez, hacia el
placer de leer, de encontrar respuestas, de disfrutar la experiencia de verme
en otros espacios, de ser Ángel y no. Y hasta hoy, continúa el espacio ardiente
de preguntas, leo “para tocar, por un instante y como una sorpresa, el centro
vivo de la vida, o su afuera imposible”. O mi afuera imposible, leo para saber
de qué estoy hecha, para no conformarme con lo que leo, para buscar más en mí y
en los otros, para hallar una voz que no es la mía, que hable de mí o de
extraños. Leo porque sí.
Sin
embargo, el silencio también hace falta cuando leemos. Hay un silencio antes de
darle vuelta a la página, al terminar un párrafo, bebemos un silencio doloroso
cuando terminamos un libro, es como un luto callado, una respiración detenida,
una pausa de la vida. Pero las preguntas no terminan, están de reposo, luego
toman fuerza nuevamente, duplicándose a modo de fractal. Y otra historia inicia
su curso y la vida continua, dentro y fuera del libro. Me pregunto ¿por qué
algunas personas no encuentran lo que yo, y muchos otros han encontrado en los
libros; acaso no tienen preguntas sobre sí mismos, sobre los demás, sobre la
vida, sobre su existencia, no ansían conocer, descifrar misterios, entender
nuestro universo y hasta el amor o la muerte, o sobre cosas simples como “subir
escaleras”? ¿Cómo es posible vivir una vida sin los libros? Si las preguntas
invitan a leer, acaso éstas personas, sobre todo los jóvenes, ¿no tienen nada
que preguntar? No los comprendo, como quizás ellos no me comprenden a mí.
Cada
quien, supongo, ha tenido uno o varios caminos para llegar a los libros. Otros,
por cuestiones de la vida e intereses, han transitado otras calles que los
alejan de la lectura. A mí me tocó, primero por mi soledad de niña conocer la
pasión por la historia para no sentirme distante del mundo. Hoy agradezco ese
tiempo solitario, gracias a eso empecé a leer y lo disfruto todavía; creo que
siempre será así. A través de esa calle que me tocó vivir pude también conocer
a Julio Cortázar, Pizarnik, Borges, Christina Wolf, Goethe, Pessoa, Oliverio
Girondo, Clarice Lispector, Jaime Sabines, César Vallejo, Eugenio Montejo,
Roberto Juarróz, Ramos Sucre, entre otros. La lista sería muy larga. Yo no sé
si encontré a los libros o ellos me encontraron a mí, pero bendito sea el
encuentro, la coincidencia y la compañía.
Sin
embargo, el silencio también hace falta cuando leemos. Hay un silencio antes de
darle vuelta a la página, al terminar un párrafo, bebemos un silencio doloroso
cuando terminamos un libro, es como un luto callado, una respiración detenida,
una pausa de la vida. Pero las preguntas no terminan, están de reposo, luego
toman fuerza nuevamente, duplicándose a modo de fractal. Y otra historia inicia
su curso y la vida continua, dentro y fuera del libro. Me pregunto ¿por qué
algunas personas no encuentran lo que yo, y muchos otros han encontrado en los
libros; acaso no tienen preguntas sobre sí mismos, sobre los demás, sobre la
vida, sobre su existencia, no ansían conocer, descifrar misterios, entender
nuestro universo y hasta el amor o la muerte, o sobre cosas simples como “subir
escaleras”? ¿Cómo es posible vivir una vida sin los libros? Si las preguntas
invitan a leer, acaso éstas personas, sobre todo los jóvenes, ¿no tienen nada
que preguntar? No los comprendo, como quizás ellos no me comprenden a mí.
No hay ciudad sin poesía, sin las
calles que recuerdan un rostro, una palabra, un silencio o la levedad de las hojas
entre el viento. La ciudad, esta que habito, habla de pasos sobre nubes, de
lluvias sobre lluvias que evocan canciones. ¿La oyen? ¡Grita! grita un
nombre.
De esta ciudad sólo se desborda
poesía, las noches le cuelgan como perfumes y, a veces, se viste de ausencia, de
sabia ausencia… o de tardes de “no te olvido”… o de mañanas de “aquí te quedas”.
Esta ciudad, dolorosa, bella… sólo
respira poesía, si vieran lo que yo veo me entenderían. No miro personas, sino
colores. No observo edificios, sino un par de ojos que irrumpen en el vacío. No
veo insomnios, sino notas musicales que se multiplican a lo lejos, a lo lejos.
Esta ciudad no volverá a ser la
misma, no es ya sólo ríos.
Nos vamos formando con los tropiezos y fortunas de la vida (medito,
mientras la lluvia se escucha distante y tranquila). Demasiada humedad cubre
estos días las calles de mi ciudad, lo cual produce una sensación de mudes, de
pasividad sorda y de angustia ante el tiempo, ante los minutos que transcurren
en la lectura de un libro mientras se está frente a la lluvia que empapa el
cielo, de colores grises y oscuros. Sí, el tiempo trae tropiezos y fortunas, pero
¿Cómo distinguir una de la otra? ¿Por el grado de felicidad que produce? Todo
es relativo - resuena nuevamente el
dicho - para cada quien; de todas maneras, si hay tropiezos, ¿Cómo saber si
pudo ser mejor si se hubiese tomado otro camino, otra decisión? Recuerdo,
entonces, a Sabato quien decía que “la
vida se hace en borrador y no nos es dado a corregir sus páginas, aunque es
terrible de comprenderlo”. Sin embargo, qué hay que corregir. ¿No sería
amputar una parte de uno como si de un cuerpo extraño y maligno se tratara?
La vida no es despojarse de un trozo de ella, la vida es
enfrentarse de la mejor manera posible a lo que se vive. No hay, desde mi punto
de vista, tropiezos o fortunas; hay experiencias únicas que jamás han de
repetirse, que jamás son iguales aunque dos personas las vivan al mismo tiempo.
Milán Kundera, en su novela La insoportable levedad del ser, se preguntaba ¿qué valor puede tener la vida si el primer
ensayo para vivir es ya la vida misma?Creo que mucho por la simple razón
de que es una, insustituible, intransferible; por lo tanto, no podemos
compararla con otra vida o con otra experiencia.
¿Qué queda? Vivir a través de la pasión, del sentimiento, “solo
se ve bien con el corazón”, diría el Principito. Para mí no hay otra forma de ser, de estar,
de existir, sino es con la piel erizada, combatiendo contra el
mundo a partir de lo que el alma grita; por eso, mis experiencias las llevo
sobre mis alas, y aunque suene contradictorio, ellas hacen que me levante para
seguir volando. Es lo único que tengo en esta vida: mi vida.
Es curioso lo que 104 minutos
pueden hacer pensar, recordar, sentir y vivir. Eso hace “Los amantes del
círculo polar”, una película dramática española de 1998 dirigida por Julio
Médem y protagonizada por Najwa Nimri y Fele Martinez, ganadora de dos premios
Goya en 1999.
La trama de la película se centra
en la historia de Otto y Anna desde que se conocen a los 8 años hasta que
vuelven a rencontrarse en la Laponia finlandesa, en el límite del Círculo Polar
Ártico bajo el sol de medianoche; los temas son el romance, la muerte, el
destino, la naturaleza, el círculo de la vida y las coincidencias de la misma.
El círculo es una figura
enigmática, tan enigmático como las casualidades. ¿Nuestra vida es una línea
recta o un círculo infinito? Sin duda, hay un magnetismo que sólo los amantes
conocen y quienes no se atreven a amar de verdad, a dejar todo por el amor verdadero
no entenderán. Los amantes son capaces de derribar el miedo, de saltar
ventanas, de esconderse bajo las camas, de guardar secretos, de negar hasta la
muerte, de llorar por dentro, de besar a la muerte, de esperar, de saltar en
paracaídas y de volar. Es una historia que vale la pena ver y oír.
”Estar enamorada no es fácil. No
basta con desearlo, hay que oírlo.”
"Y sí, sólo quería abrazarle una vez pero me volví
avariciosa,
no lo puso fácil, él abre la puerta de un mundo donde todo es
posible,
incluso ser feliz. Nadie tiene un corazón como el de Otto, yo tampoco."
"Empezaba este frío y dicen que cuando hace frío la mayoría
de las cosas van más deprisa, o llegan antes, pero a mí se me
hizo eterna la
espera hasta acariciarle.
Por suerte, me di cuenta después de hacerlo y no antes,
como suele ser la secuencia habitual. Debía ser miedo"
"Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta.
Estoy
esperando la casualidad de mi vida, la más grande,
Hace ya más de 23 días que su esqueleto deambula al aire
libre por la ciudad, fue despojado de sus carnes para tenderlas al calor de las
estrellas, para tapizar a la noche como un edredón. Hace más de 23 días que ya no espera nada, ni
un dulce vino, ni el secreto resguardado de una flor, hasta su propia voz lo
condena al olvido, a la fragilidad del ser, de la desnudez como insurrección.
Camina con todos sus huesos sonoros, la gente no se extraña,
no lo entiende, no lo comprenden; tal vez, quien lo ve pasar aminora su espanto
al ver ese cuerpo desdoblado de su propia existencia porque también ellos andan
de la misma manera. ¿Cuándo la propia existencia es solo el resto del cuerpo,
lo que queda, lo que sobra? ¿Y cómo se está vivo así?
Para él, aquí o allá no tiene sentido si no es atravesado por
otro cuerpo, otra boca, otras manos. La vida es besar y respirar, los huesos
carecen de valor, de médula si no hay piel cercana, si no hay vibración,
humedad, palabras/silencio. Hace más de 23 días que vive solo consigo, deshaciéndose
sin redimirse de sí. Un corazón solitario es lo que lo sostiene, no importa de
dónde ni de qué. Nadie lo ve pasar, quizá el espejo de sus ojos es el único
testigo. Adiós vino, adiós flor.
Bienvenido el olvido como rebelión.
La playa era una alfombra de arena donde se podía volar, eso pensaba mientras pasaban los días. Volar, delicadamente, donde cada elemento se superponía ocupando su lugar; en la playa, lo azul llenaba la boca de peces vivos y los labios se lamían para enjuagar la espesa sal.
En la playa, decía para mis adentros, ya no dolía el sabor a coral, el sueño pesado o el perfume matutino, no se renunciaba a una sonrisa de mar, al sol tostado en la cara, al contacto de piedras minúsculas bajo los pies o al roce de la espuma blanca en la piel. Ya no lastimaba en los ojos el sol, ni la tempestad de la brisa hacía mella en mis asuntos.
A lo lejos, era testigo del paisaje en tonos naranjas que asomaba el primer rayo de luna. Allí, tendida a la sombra de una palmera te observé sonriente en tu paraíso, el mar que te bañaba.
Un pensamiento sobrevuela a mi lado donde no estás
cómo hubiese querido que estuvieras conmigo esta mañana
porque me arde el deseo de mirarme en tus texturas y acariciar tu espalda.
besar besar Besar para saber amar
en silencio, mientras por la ventana sube el sol sintiéndote entre mis sábanas. Y seguir besando según dicen sin tiempo ni distancia
más abajo o más arriba de tu ombligo
besar por sobre todo lo puesto o lo quitado,
con la lengua
con los labios
con los ojos
con la puerta cerrada con las manos
y la conciencia atada.
Amar a tras luz de frente a las tinieblas
y de espaldas al abismo para encontrarnos…
Besar algo de ti
entre jadeos de voces
porque vives en el aire. Besar