Ella, frente a la ventana abierta de su habitación, observa las primeras gotas del cielo adormecido; cierra sus ojos, prefiere escuchar los cristales de agua correr por la pared, poco a poco se empapa la pintura envejecida, los vapores escondidos del orbe levantan vuelo y el silencio hace eco, pero en sus oídos no caben más reproches. Desnuda, desde su cama recuerda, mira la lluvia que cae, entre las sábanas quisiera tener a alguien a su lado, alguien que esté cantando aquella tórrida canción que recuerda en días como estos, alguien que desnude el infinito, que no le tema a la humedad de la media noche.
¿Cómo dice esa canción? Trata de recordar, pero siente caer una gota en su pecho, sólida y aguda. Ella abre sus ojos y la ve resbalar ¿Es lluvia? ¿Es lágrima? ¿Es sudor? Mientras se desliza trata de alcanzarla con sus dedos, la toma, la absorbe. La lluvia la salpica ¿qué importa? Aquella mujer recuerda, se enreda entre las sábanas y seca su sudor, ella piensa en su vida, sueña más allá de las sábanas, más allá de la lluvia en sus ojos, ella siente su cuerpo aún mojado y luego... aquella canción. Ella, desde las sábanas, mira la lluvia que cae, es demasiado tarde, el cuarto se hace pequeño y recuerda, siente, bebe sus lágrimas. Ella espera una caricia, manos de gasa que cubran sus heridas. Ella sueña desde las sábanas con un mundo más allá de ellas.
Ella tiene frío, prefiere dormir, pero su mano se desliza entre el tejido blanco, tacto hundido entre la carne, cierra sus ojos. Ella humedece la punta de sus dedos, mano que resbala entre la lluvia mientras el universo se contrae. Ella sonríe y olvida sus cicatrices, prefiere olvidar, siente su cuerpo caliente, pero la cama tan fría. Ella sigue soñando mientras se empapa, la lluvia la abraza, la lluvia la salpica entre las sábanas, desnuda. ¡Ella no sabe cuándo despertará!