Escribir






Hay una fuerza interna, no sé de dónde viene, que me desborda a cada tanto. No la espero, sólo viene y llega de intrépida hasta mí, hasta mis huesos y me entrego. Escribir es una fuerza que no se puede obligar a ser, mucho menos a decir, parte de un deseo que arremete desde las venas hasta el alma y uno sólo puede caer rendido a esa necesidad. Una mañana te levantas, abres la ventana de la habitación y el primer pensamiento es una palabra que aparece ante ti como una visión, inmediatamente, si es muy fuerte, escribes sobre ella; la abrazas, la haces tuya, la conviertes en idea, en escritura tangible e infinita. Así me pasa, por eso escribo. 

Generalmente, prefiero refugiarme en la escritura de otros, encontrarme en ese “yo” ajeno que también habla de “mi yo”; me fascina ese “nosotros” que se construye entre la escritura de alguien distante en época, en tiempo o en geografía y la lectura capaz de abstraerme del orbe. La lectura es el inicio de un diálogo silencioso, íntimo y cómplice conmigo y con el que escribe, una delicia para el espíritu y para el pensamiento. Pero escribir, escribir es una especie de catarsis del cual uno no tiene dominio, por lo menos no yo; escribo porque sí, porque quiero o no quiero, porque lo necesito, pero ¿soy yo? ¿Qué hace que mi yo escriba? No sé explicarlo.

Escribo, quizá, para escucharme, para leerme y descubrirme, para encontrar un “yo” que desconozco o que he olvidado. Escribo en la soledad de mi casa, en papel y con grafito, prefiero el eco de la nada cuando deseo escribir, la blanca pared, la soledad y mi escritura. Leer, sin embargo, me resulta distinto, tengo el gusto por leer en cualquier lugar, si hay personas extrañas tengo el hábito de alzar la mirada de vez en cuando para encontrarme con sus ojos, con lo que también escriben mientras me ven, mientras van apurados por sus quehaceres, mientras pasan y los olvido. Ellos, a su vez, me olvidan ¿qué leerán en mis ojos cuando los miran? Jamás lo sabré. Algunos más pasan adormecidos, no saben que los observo, que los busco, que los guardo en mis ideas, que son parte de este juego y de mi lectura en un sitio público.

Ahora mismo escribo, me dejo llevar por el deseo mismo de escribir. No imagino a un lector, no lo supongo, no lo premedito. Sólo escribo, la pared blanca y la soledad, el papel y mi grafito. 

¿Te lo habías preguntado?


"las cosas le están mirando 
y ella no puede mirarlas..." 
De Federico García Lorca.


¿Qué pensarán los objetos de nosotros? La mesa que nos mira desde diversos ángulos, el  cuadro que se asoma con sus paisajes, colgado allí, en la sala para ser visto por el transeúnte de la casa o ¿está allí para vigilarnos, qué diría si pudiera? Qué evocaría desde el silencio la luz que se posa en la pared a tempranas horas de la mañana, luz que interrumpe el sueño, claridad que acorrala párpados y boca. Qué dirían de nosotros los libros que nos señalan con sus lomos desde el estante, más allá de los títulos que se muestran de diversos colores y formas. Y si los abrimos, qué descubrirían en nuestros ojos sus páginas al leerlos, porque ellos se posan en el cuerpo del libro acariciándolo en un vaivén de movimientos apenas perceptibles, tocamos las palabras del libro, nos entregamos a sus vapores de hoy o de siempre porque nuestra mirada es la extremidad más larga, miramos más allá de la aventura del texto, más allá del infinito gesto de leer. Los libros, si sus páginas pudieran contar otras historias de seguro hablarían de nosotros, contarían lo que saben de ti o de mí desde la mirada que tú y yo tenemos al leer, desde nuestras noches de lecturas o desde la risa y el llanto que sus palabras guardan para nosotros. Tal vez hablarían de mil seres, quizás más, relatarían sobre nuestros otros “yo” porque cada día cambiamos, los de hoy no somos los mismos de ayer. Recuerdo a Marcel Proust quien tenía la sensación de violar toda la vida que permanecía dispersa en su habitación cada vez que abría la puerta; y me pregunto qué hablarán de ti, de mí, o de la vida los libros que descansan inmóviles en la mesita de noche o en la biblioteca, o arriba de la cama porque allí estuvo acompañándonos en el insomnio. ¿Qué pensarán los objetos de nosotros?

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