No hay ciudad sin poesía, sin las
calles que recuerdan un rostro, una palabra, un silencio o la levedad de las hojas
entre el viento. La ciudad, esta que habito, habla de pasos sobre nubes, de
lluvias sobre lluvias que evocan canciones. ¿La oyen? ¡Grita! grita un
nombre.
De esta ciudad sólo se desborda
poesía, las noches le cuelgan como perfumes y, a veces, se viste de ausencia, de
sabia ausencia… o de tardes de “no te olvido”… o de mañanas de “aquí te quedas”.
Esta ciudad, dolorosa, bella… sólo
respira poesía, si vieran lo que yo veo me entenderían. No miro personas, sino
colores. No observo edificios, sino un par de ojos que irrumpen en el vacío. No
veo insomnios, sino notas musicales que se multiplican a lo lejos, a lo lejos.
Esta ciudad no volverá a ser la
misma, no es ya sólo ríos.
Nos vamos formando con los tropiezos y fortunas de la vida (medito,
mientras la lluvia se escucha distante y tranquila). Demasiada humedad cubre
estos días las calles de mi ciudad, lo cual produce una sensación de mudes, de
pasividad sorda y de angustia ante el tiempo, ante los minutos que transcurren
en la lectura de un libro mientras se está frente a la lluvia que empapa el
cielo, de colores grises y oscuros. Sí, el tiempo trae tropiezos y fortunas, pero
¿Cómo distinguir una de la otra? ¿Por el grado de felicidad que produce? Todo
es relativo - resuena nuevamente el
dicho - para cada quien; de todas maneras, si hay tropiezos, ¿Cómo saber si
pudo ser mejor si se hubiese tomado otro camino, otra decisión? Recuerdo,
entonces, a Sabato quien decía que “la
vida se hace en borrador y no nos es dado a corregir sus páginas, aunque es
terrible de comprenderlo”. Sin embargo, qué hay que corregir. ¿No sería
amputar una parte de uno como si de un cuerpo extraño y maligno se tratara?
La vida no es despojarse de un trozo de ella, la vida es
enfrentarse de la mejor manera posible a lo que se vive. No hay, desde mi punto
de vista, tropiezos o fortunas; hay experiencias únicas que jamás han de
repetirse, que jamás son iguales aunque dos personas las vivan al mismo tiempo.
Milán Kundera, en su novela La insoportable levedad del ser, se preguntaba ¿qué valor puede tener la vida si el primer
ensayo para vivir es ya la vida misma?Creo que mucho por la simple razón
de que es una, insustituible, intransferible; por lo tanto, no podemos
compararla con otra vida o con otra experiencia.
¿Qué queda? Vivir a través de la pasión, del sentimiento, “solo
se ve bien con el corazón”, diría el Principito. Para mí no hay otra forma de ser, de estar,
de existir, sino es con la piel erizada, combatiendo contra el
mundo a partir de lo que el alma grita; por eso, mis experiencias las llevo
sobre mis alas, y aunque suene contradictorio, ellas hacen que me levante para
seguir volando. Es lo único que tengo en esta vida: mi vida.
Es curioso lo que 104 minutos
pueden hacer pensar, recordar, sentir y vivir. Eso hace “Los amantes del
círculo polar”, una película dramática española de 1998 dirigida por Julio
Médem y protagonizada por Najwa Nimri y Fele Martinez, ganadora de dos premios
Goya en 1999.
La trama de la película se centra
en la historia de Otto y Anna desde que se conocen a los 8 años hasta que
vuelven a rencontrarse en la Laponia finlandesa, en el límite del Círculo Polar
Ártico bajo el sol de medianoche; los temas son el romance, la muerte, el
destino, la naturaleza, el círculo de la vida y las coincidencias de la misma.
El círculo es una figura
enigmática, tan enigmático como las casualidades. ¿Nuestra vida es una línea
recta o un círculo infinito? Sin duda, hay un magnetismo que sólo los amantes
conocen y quienes no se atreven a amar de verdad, a dejar todo por el amor verdadero
no entenderán. Los amantes son capaces de derribar el miedo, de saltar
ventanas, de esconderse bajo las camas, de guardar secretos, de negar hasta la
muerte, de llorar por dentro, de besar a la muerte, de esperar, de saltar en
paracaídas y de volar. Es una historia que vale la pena ver y oír.
”Estar enamorada no es fácil. No
basta con desearlo, hay que oírlo.”
"Y sí, sólo quería abrazarle una vez pero me volví
avariciosa,
no lo puso fácil, él abre la puerta de un mundo donde todo es
posible,
incluso ser feliz. Nadie tiene un corazón como el de Otto, yo tampoco."
"Empezaba este frío y dicen que cuando hace frío la mayoría
de las cosas van más deprisa, o llegan antes, pero a mí se me
hizo eterna la
espera hasta acariciarle.
Por suerte, me di cuenta después de hacerlo y no antes,
como suele ser la secuencia habitual. Debía ser miedo"
"Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta.
Estoy
esperando la casualidad de mi vida, la más grande,
Hace ya más de 23 días que su esqueleto deambula al aire
libre por la ciudad, fue despojado de sus carnes para tenderlas al calor de las
estrellas, para tapizar a la noche como un edredón. Hace más de 23 días que ya no espera nada, ni
un dulce vino, ni el secreto resguardado de una flor, hasta su propia voz lo
condena al olvido, a la fragilidad del ser, de la desnudez como insurrección.
Camina con todos sus huesos sonoros, la gente no se extraña,
no lo entiende, no lo comprenden; tal vez, quien lo ve pasar aminora su espanto
al ver ese cuerpo desdoblado de su propia existencia porque también ellos andan
de la misma manera. ¿Cuándo la propia existencia es solo el resto del cuerpo,
lo que queda, lo que sobra? ¿Y cómo se está vivo así?
Para él, aquí o allá no tiene sentido si no es atravesado por
otro cuerpo, otra boca, otras manos. La vida es besar y respirar, los huesos
carecen de valor, de médula si no hay piel cercana, si no hay vibración,
humedad, palabras/silencio. Hace más de 23 días que vive solo consigo, deshaciéndose
sin redimirse de sí. Un corazón solitario es lo que lo sostiene, no importa de
dónde ni de qué. Nadie lo ve pasar, quizá el espejo de sus ojos es el único
testigo. Adiós vino, adiós flor.
Bienvenido el olvido como rebelión.
La playa era una alfombra de arena donde se podía volar, eso pensaba mientras pasaban los días. Volar, delicadamente, donde cada elemento se superponía ocupando su lugar; en la playa, lo azul llenaba la boca de peces vivos y los labios se lamían para enjuagar la espesa sal.
En la playa, decía para mis adentros, ya no dolía el sabor a coral, el sueño pesado o el perfume matutino, no se renunciaba a una sonrisa de mar, al sol tostado en la cara, al contacto de piedras minúsculas bajo los pies o al roce de la espuma blanca en la piel. Ya no lastimaba en los ojos el sol, ni la tempestad de la brisa hacía mella en mis asuntos.
A lo lejos, era testigo del paisaje en tonos naranjas que asomaba el primer rayo de luna. Allí, tendida a la sombra de una palmera te observé sonriente en tu paraíso, el mar que te bañaba.
Un pensamiento sobrevuela a mi lado donde no estás
cómo hubiese querido que estuvieras conmigo esta mañana
porque me arde el deseo de mirarme en tus texturas y acariciar tu espalda.
besar besar Besar para saber amar
en silencio, mientras por la ventana sube el sol sintiéndote entre mis sábanas. Y seguir besando según dicen sin tiempo ni distancia
más abajo o más arriba de tu ombligo
besar por sobre todo lo puesto o lo quitado,
con la lengua
con los labios
con los ojos
con la puerta cerrada con las manos
y la conciencia atada.
Amar a tras luz de frente a las tinieblas
y de espaldas al abismo para encontrarnos…
Besar algo de ti
entre jadeos de voces
porque vives en el aire. Besar