Alfombra de arena



La playa era una alfombra de arena donde se podía volar, eso pensaba mientras pasaban los días. Volar, delicadamente, donde cada elemento se superponía ocupando su lugar; en la playa, lo azul llenaba la boca de peces vivos y los labios se lamían para enjuagar la espesa sal. 

En la playa, decía para mis adentros, ya no dolía el sabor a coral, el sueño pesado o el perfume matutino, no se renunciaba a una sonrisa de mar, al sol tostado en la cara, al contacto de piedras minúsculas bajo los pies o al roce de la espuma blanca en la piel. Ya no lastimaba en los ojos el sol, ni la tempestad de la brisa hacía mella en mis asuntos. 

A lo lejos, era testigo del paisaje en tonos naranjas que asomaba el primer rayo de luna. Allí, tendida a la sombra de una palmera te observé sonriente en tu paraíso, el mar que te bañaba.

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